Y este hombrecillo me escribió una carta en que me decía: “Soy pobre; pero por veinte duros embisto el Naranjo a presencia de usted.
Tuve una mala tentación. Y fui con él al cordal de los Picos. Y al recorrer con él zeiss aquellas “llastras” lisas y verticales, aquellas panzas salientes y curvas desplomadas, donde el cuerpo tendría que hacer en el espacio una acrobacia trágica a quinientos metros de altura, al contemplar aquellas chimeneas que sería forzoso escalar con la espalda y los pies en una tensión brutal del cuerpo, siempre sobre el abismo sin fondo, sentí una enorme responsabilidad, y tuve que gritar para oírme yo mismo: ¡No!.
Pero Víctor Martínez ante la presencia del coloso estaba borracho. Borracho de roca. Era un furor irresistible…Era la atracción morbosa del peligro. Y empezó a trepar como un gato montés, clavando las uñas en la piedra y plegando los pies descalzos en ligeras anfractuosidades. ¡Yo estaba consternado! Pasó un cuarto de hora. Le vir hacer una pirueta para alcanzar un saliente; vi su cuerpecillo desmedrado un instante en el vacío y cerré los ojos. Luego escapé como un hijo de Caín…
Dos horas después, gozándose en mi consternación, me decía que me había llamado desde la cima, y que desde allí arriba “yo no parecía nada”.
Verdad, Víctor Martínez, ni desde arriba ni desde abajo.
En los Picos de Europa…en 1928…
Tuve una mala tentación. Y fui con él al cordal de los Picos. Y al recorrer con él zeiss aquellas “llastras” lisas y verticales, aquellas panzas salientes y curvas desplomadas, donde el cuerpo tendría que hacer en el espacio una acrobacia trágica a quinientos metros de altura, al contemplar aquellas chimeneas que sería forzoso escalar con la espalda y los pies en una tensión brutal del cuerpo, siempre sobre el abismo sin fondo, sentí una enorme responsabilidad, y tuve que gritar para oírme yo mismo: ¡No!.
Pero Víctor Martínez ante la presencia del coloso estaba borracho. Borracho de roca. Era un furor irresistible…Era la atracción morbosa del peligro. Y empezó a trepar como un gato montés, clavando las uñas en la piedra y plegando los pies descalzos en ligeras anfractuosidades. ¡Yo estaba consternado! Pasó un cuarto de hora. Le vir hacer una pirueta para alcanzar un saliente; vi su cuerpecillo desmedrado un instante en el vacío y cerré los ojos. Luego escapé como un hijo de Caín…
Dos horas después, gozándose en mi consternación, me decía que me había llamado desde la cima, y que desde allí arriba “yo no parecía nada”.
Verdad, Víctor Martínez, ni desde arriba ni desde abajo.
En los Picos de Europa…en 1928…
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