Horas y horas de caminatas á obscuras, acaban por angustiarnos. Yo vi un día de sol radiante y una noche de luna llena en aquellos parajes, y el recuerdo de su espléndida belleza me indignó aún más contra el destino, que nos ciega ante maravillosas perspectivas.
A las dos de la tarde hemos alcanzado 1.803 metros. Estamos llegando á la cumbre, al pie del pico “Macundio”, por cuya base pasmos conteniendo la respiración, pues el guía nos ha advertido el peligro de los desprendimientos de peñascos, que pueden aplastarnos.
Al terminar aquel paso nos sentamos á descansar, descorazonados, perdida toda esperanza de contemplar aquellas crestas rocosas, de salvaje belleza, y aquellos inmensos horizontes que desde las cimeras divisan, y cuando más abatidos nos hallábamos, un rasgón violento de la niebla nos muestra en todo su esplendor, en toda su grandeza, todo el enorme picacho de Macundio, destacando su mole obscura sobre un cielo azul purísimo.
La tarde caía y era preciso abandonar aquellos parajes.
El descenso hasta Sotres, que hacemos á la siguiente mañana, nos proporciona un bello espectáculo al descubrir las grandiosas cumbres del macizo central.
En Sotres queremos adquirir comestibles y buscamos un comercio, una taberna. En Sotres no hay nada de esto. Un virtuoso sacerdote nos alberga en su casa humildísima, y gracias a él podemos yantar a manteles.
Proyectamos al día siguiente atravesar el corazón de los Picos.
Remontamos el collado, y á la hora y media de marcha surgen a nuestra izquierda, imponentes las cumbres del macizo, y, poco después, aparece erguido, majestuoso, con altivez, de emperador, el coloso de los Picos; el naranjo de Bulnes…
Publicado en la revista Esfera en 1917.
A las dos de la tarde hemos alcanzado 1.803 metros. Estamos llegando á la cumbre, al pie del pico “Macundio”, por cuya base pasmos conteniendo la respiración, pues el guía nos ha advertido el peligro de los desprendimientos de peñascos, que pueden aplastarnos.
Al terminar aquel paso nos sentamos á descansar, descorazonados, perdida toda esperanza de contemplar aquellas crestas rocosas, de salvaje belleza, y aquellos inmensos horizontes que desde las cimeras divisan, y cuando más abatidos nos hallábamos, un rasgón violento de la niebla nos muestra en todo su esplendor, en toda su grandeza, todo el enorme picacho de Macundio, destacando su mole obscura sobre un cielo azul purísimo.
La tarde caía y era preciso abandonar aquellos parajes.
El descenso hasta Sotres, que hacemos á la siguiente mañana, nos proporciona un bello espectáculo al descubrir las grandiosas cumbres del macizo central.
En Sotres queremos adquirir comestibles y buscamos un comercio, una taberna. En Sotres no hay nada de esto. Un virtuoso sacerdote nos alberga en su casa humildísima, y gracias a él podemos yantar a manteles.
Proyectamos al día siguiente atravesar el corazón de los Picos.
Remontamos el collado, y á la hora y media de marcha surgen a nuestra izquierda, imponentes las cumbres del macizo, y, poco después, aparece erguido, majestuoso, con altivez, de emperador, el coloso de los Picos; el naranjo de Bulnes…
Publicado en la revista Esfera en 1917.
En los Picos de Europa…en 1917…
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